Un día en Ikea

Hasta el miércoles de la semana pasada pensaba que en Ikea sólo hay muebles. Ahora puedo decir que no son los muebles los protagonistas sino las personas.

Como he dicho, el pasado miércoles me fui con mi familia a Ikea, en Bilbao. Mi madre salía muy guapa en mi primera foto a las siete de la mañana con el primer café. Claro, teníamos que aprovechar el día así que nos levantamos muy pronto. Los primeros rayos de luz que se filtraban por las persianas rompiendo las líneas rectas de los muebles de casa dibujaban unas formas muy curiosas.

La verdad es que había más tráfico de lo que uno se puede esperar a esas horas. Una niña sentada en el asiento trasero no pudo evitar soltar una sonrisa cuando me cazó sacándole una foto. “Éste está loco” habría pensado. En cambio, el hombre que nos levantó la barrera para entrar en la autopista por poco nos cobra derechos de imagen. La verdad es que en el tramo entre Pamplona y Bilbao descubrí paisajes muy bonitos con diferentes tonalidades de verdes y azules.

Por fin, después de una hora y media larga, aparcamos en el parking subterráneo de Ikea. Primera sorpresa, en Ikea los muebles no los compran los adultos sino los niños. Todo está organizado reafirmando la famosa frase: “Los niños son los reyes de la casa”. Me reí con mi hermano, o mejor dicho, de mi hermano cuando entré al baño antes de subir a la primera planta y casi se cae al sentarse en un vater que no medía más de dos palmos de alto. Foto. Incluso tenían una zona de juego o guardería con un minicine incluido.

Una vez que cogimos el metro, la libreta donde apuntar las referencias, el lápiz, la bolsa y el carrito amarillo empezamos el recorrido. Es como un museo. Sólo hay que seguir el camino para observar a las familias, y a los muebles por supuesto. Primera situación: un niño de no más de 6 años escondido en un armario. Sus padres nerviosos porque no le encontraban y… foto. Unos metros más adelante y llegamos a la zona de camas, sofás, butacas, etc. Una familia había decidido traer al abuelo para pasar el día y ¿dónde estaba el abuelo? Pues, como era fácil de suponer, tirado en una cama. Foto. En una esquina un poco apartada me fijé como dos trabajadoras estaban pasando su rato de descanso reponiendo fuerzas y riendo. Foto. Pasamos a la zona de cuartos, escritorios, sillas, etc. A una joven de unos diez y ocho años se le veía indecisa a la hora de escoger su silla para la mesa de escritorio nueva. Por lo menos se levantó y se sentó cambiando de sillas diez veces. Foto a ella, y a su padre que le faltaba poco para estallar. Mientras, mi madre encontró el armario que estaba buscando y antes había visto en el catálogo. Era un armario no muy alto con ocho huecos cuadrados que se podían configurar al gusto de cada uno, ya sea poniéndole puertas, cajones, cajas, o bien, dejándolos vacíos. Pues bien, tenía un lío entre cajones, cajas, colores... que se merecía su segunda foto del día. Una vez apuntado todo: la referencia, pasillo, etc., avanzamos.

Las dos. Albóndigas suecas con patatas un bollo de pan, tarta de chocolate con almendras, un botellín de agua y un café para aguantar despierto toda la tarde. Nunca antes había fotografiado comida. Texturas, colores, formas, lo cierto es que podrían quedar fotos atractivas. De repente un grito de rabieta despertó los oídos de todos. Un niño, sentado en una silla muy graciosa no estaba por la labor de comer el potito por más que su madre insistiera. Tenía toda la cara manchada. Foto.

Después de recoger las bandejas volvimos sobre nuestros pasos a mi zona preferida: la de habitaciones de niños. Aunque no cupiera, me apetecía meterme en esas camas. Eran de cuento. Creo que todo el mundo habría deseado tener una habitación de esas de pequeño. Peluches, alfombras con carreteras para jugar con los coches, lámparas con forma de labios, literas con tobogán y mucho más decoraban habitaciones llenas de color. No sé porque motivo me di la vuelta y vi a un niño que estaba sentándose en una silla que, al recoger las piernas y cerrar una especie de persiana, adquirió forma de huevo. Esperé unos segundos a que se descubriera y... foto.

Bajamos al piso de abajo, cogimos un carro y a llenarlo de cosas que no teníamos previstas. Un señor salió muy gracioso en la foto cuando escogía entre dos delantales: uno de ovejas y otro de nubes. Ahora encendida, ahora apagada, ahora encendida, apagada. Así estuvo una niña en la zona de lámparas pasando el tiempo. Foto. Y otra intentando zambullirse en un cesto de cojines. Y una pareja discutiendo sobre plantas y macetas. Y un hombre mirándose en los espejos. Y así el resto de la visita inmortalizando situaciones que, de no haber llevado la cámara, probablemente no hubiera descubierto.

A las cinco, ya en el almacén, cargamos los muebles que apuntamos y nos dirigimos a las cajas registradoras. Bajamos al coche, saqué varias fotos a la gente (y a mi hermano) haciendo tetris para meter en el maletero todo lo que habían comprado y vuelta a casa.

Y es que en Ikea sólo hay que llevar una cámara de fotos para darte cuenta de que los muebles empiezan a ser importantes cuando ya están en el maletero. El resto del tiempo lo merecen las personas. Foto.

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