En cuanto a las bodegas en sí me gustaron mucho. Me pareció un lugar muy acogedor y muy bien cuidado. La visita fue como si estuvieras dentro de una copa de vino tinto, por los olores que te acompañaban, por los sabores que se intuían, por los colores que te rodeaban, por la temperatura que te arropaba. Los sótanos de la bodega eran inmensos. Una sola sala enorme hacía de guardián de las miles de cubas de vino que se extendían en filas de A-2 a lo largo y ancho de ésta.
Lo de sacar fotos ya me resultó un poco más complicado. Al ser un lugar con un ambiente más o menos tenue era un tanto difícil conseguir fotos de buena calidad sin trípode, ya que la velocidad de captura que exigía el lugar era relativamente lenta. Asimismo, aunque a primera vista parezca un lugar con muchas posibilidades para un fotógrafo, me dio la sensación de que todas las fotos eran muy similares entre sí.
En esta práctica intente buscar composiciones muy sencillas, fotografías que recogieran bien las líneas que formaban los objetos entre sí y el techo de las bodegas. Busqué también recoger el juego de luces y sombras que se creaban gracias al atardecer y a la iluminación artificial de las bodegas de la sala del sótano que carecía de ventanas.
En resumen, fue una práctica divertida pero complicada. Quien sabe, si hubiéramos hecho la cata de vinos al principio igual habríamos conseguido algunas fotos con puntos de vista diferentes.
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